miércoles, 22 de agosto de 2012

Alina


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No se lo podía creer. Carlos le había dicho que en la fiesta en su terraza de aquella noche le presentaría a alguien especial, pero no se imaginaba que fuera ella. Alina, la danza contemporánea personificada. Además, estaba claro que se la presentaba como a las otras chicas que le había presentado en los últimos meses y no como a alguien a quien sabía que admiraba, porque nada sabían los demás de su amor por la danza y por el arte en general. Como mucho, algunos habían visto los cuadros que tenía en su piso, aunque pensaban que aquello había sido cosa de su última pareja.

Así la conoció. Le fue a buscar una bebida, se apoyaron en la baranda y charlaron durante horas. A ratos miraban la ciudad, sus luces y el hormigueo de coches y personas de un sábado por la noche, pero cada vez más, se miraban el uno al otro. Ella llevaba la iniciativa, hacía las preguntas. Él disimulaba saber mucho sobre su vida profesional. Haberla visto sobre el escenario, dejando fluir lo que llevaba dentro o a veces derramándolo directamente como si el tablado necesitara refrescarse urgentemente, le llenaba mientras hablaban de una sensación de familiaridad, como si ya la conociera desde hacía mucho tiempo.

Al comienzo de una canción algo movida, Alina le preguntó si bailaba. Él dijo que era muy torpe y descoordinado y fue como si acabaran de pasar las doce de la noche y fuera nuevamente el ceniciento haraposo y sucio de siempre. Ella rió, le agarro por la muñeca y lo sacó a bailar. Más que bailar, compitieron a ver quién hacía los movimientos más patéticamente gracioso al ritmo (o no) de la música, cosa que lo hizo sentirse menos inseguro.

Al acabar la canción, jadeando ambos, ella le dijo: "sería muy de película que ahora empezara una canción lenta y romanticona". Y así sucedió. Muy de película. Ella lo agarró y colocó las manos de él sobre su cuerpo, en la correcta posición. Como llevaba pasando desde que se conocieron, ella dirigió. No hubo más de cine, no se fueron acercando lentamente hasta darse su primer beso, ni se hicieron planos cortos de la mirada de uno u otro en la que se leía claramente el enamoramiento o deseo. Bailaron y él acabó con la sensación de no haberlo hecho tan mal como se esperaba.

Después, volvió a sonar una canción animada y Alina lo llevó - otra vez de la muñeca - a la mesa donde estaban las bebidas. Cogió la primera botella con la que topó, le indicó que cogiera un par de copas con la mano libre y le dijo: "vamos a dar un paseo". Deambularon por las calles bebiendo y charlando. Ella le estaba pareciendo inteligente, sensible, cuidadosa con el trato y tolerante con su forma de ser. Sólo imponía acciones y el rumbo de la conversación, pero siempre por terrenos donde notara que él se sentía cómodo. Acabó su copa y la observó mientras ella le explicaba una anécdota simpática sobre una limpiadora bailando en su camerino. No sabía qué le hacía sentir más embriagado, si el alcohol o la piel pálida y suave de Alina.

Al acabar su relato escenificado, se le quedó mirando fijamente y ladeó un poco la cabeza, como si así fuera a saber dónde tenía él los pensamientos. Sonrió, lo agarró otra vez de la muñeca (empezaba a gustarle mucho el tacto con que lo hacía, pese a su determinación) y lo llevó hasta la escalinata de un hotel. Allí se sentaron y ella le preguntó más acerca de sus costumbres y gustos. Le preguntó si le apetecía subir, que arriba estarían más cómodos. Cuando se lo preguntó lo hizo estrechando su mano y no su muñeca por primera vez en la noche. Afirmó y - para sorpresa suya - Alina le guió al portal de al lado del hotel. Iban a subir a su piso, ella vivía allí.

En el ascensor, apretó el botón del ático, tal y como él esperaba. Se miraron, sonrieron y a él se le ocurrió empezar una conversación típica de ascensor (sobre el tiempo, en aquel caso). Ella rió y lo besó. Al entrar al piso la ropa voló, dejando el rastro del camino que ella le dictaba hasta llegar a una cama de matrimonio sin cabecera. Se deshicieron en pasión, pero la embriaguez y el miedo a echarlo a perder por parte de él no les dejaron gozar de sexo tal y como se lo conoce socialmente.

Él se irguió y observó el cuerpo desnudo de ella. No era huesuda ni tampoco excesivamente carnosa. Parecía que rebosara suavidad, en todos los aspectos: su suave y blanca piel se adaptaba a la perfección a sus formas suaves - sin contar que su carácter también le estaba pareciendo suave-. Empezó a recorrer cada centímetro cuadrado con sus manos y sus labios, intentando entender con el tacto la relación entre su belleza y las leyes de la aerodinámica. Le entristeció pensar que no había ido demasiado bien y quizás no volvería a poder regar aquellos campos con sus caricias y para ocultar esta sensación se tumbó perpendicularmente a ella, hecho un ovillo, y apoyó la cabeza en su pubis y siguió acariciándola con la mano. Ella le acarició el pelo tiernamente, gesto que intensificó la sensación que él tenía de ser la inocencia de la mano de la experiencia por un camino no recorrido hasta ahora. Después de pronunciar un tranquilo "me gusta", la respiración de Alina fue pasando paulatinamente de la consciencia al sueño.

Y allí quedó él, en la frontera entre su cuerpo y su dormido respirar. Repasó la noche, recordó una vez tras otra todas las palabras y movimientos que habían tenido lugar. Volvió a mirar aquella tez tantas veces como ya la había mirado desde la primera actuación en que la vio y pensó que le gustaba cómo le había tratado. Sin embargo, la experiencia con que parecía conducirlo y la rapidez con la que habían acabado sinceramente desnudos el uno sobre el otro le aterró. Pensó que esa facilidad que había tenido esta noche antes la habría tenido con otros muchos hombres y después de él con otros muchos. Esto le parecía normal, él no era nadie del otro mundo. Pero la idea de que también pasara en ese "durante" que él deseaba con todos los poros de la piel de Alina le dolía tanto como recordar antiguos desencuentros con mujeres de tez y personalidad tosca.

Tan despacio como recordaba haberlos superado, se fue apartando de Alina y de su cama. Recogió la ropa, descubriendo de esta forma la puerta al acabar de vestirse. Bajó y se fue caminando a su casa, pese a saber que tardaría horas. Horas que pasó lamentando que siempre le fuera tan mal con las mujeres.

lunes, 20 de agosto de 2012

Hábitos de lectura

Giró el libro y le quitó el precio. Siempre disfrutaba mucho de ese momento en que todo parecía acontecer a cámara lenta e irreductiblemente. Se tumbó y empezó el primer relato. Una semana después, habiéndose acabado el libro, se paró nuevamente ante la sección de aquel autor tan sintético en la librería. Hojeó algún que otro ejemplar prestando más bien poca atención. Se decidió por uno sin seguir ningún criterio y se fue a casa. Aquel le duró tres días, tras los cuales se volvió a encontrar delante del mismo anaquel de la tienda. Se acercó al dueño, le pidió que le recomendara algún autor nada sintético y salió a la calle pensando en la posibilidad de que aquello fuera a cambiar el transcurso de las cosas.