En momentos así, me gusta
pensar que estoy haciendo la fotosíntesis. Suelo hacerlo en días que estoy muy
abatido. El sol es algo indispensable. Bueno, me refiero a que el día sea
soleado, lo de que el sol es indispensable no sólo afecta al poder hacer la fotosíntesis,
sino también al hecho de ser. Sí,
claro, la existencia del sol también depende de otros sucesos que originaron
condiciones de esas que los cultos llaman "conditio sine qua non". Y
así podríamos seguir hilando - o más bien deshilando - en lo que a mí se me
antoja ahora mismo un no parar. Realmente no sé las razones que llevan a los
físicos a afirmar que hubo un Big Bang. Me refiero a las razones científicas.
La motivación primaria es clara: empezaron a deshilar y deshilar y se hartaron. Son físicos, pero ante todo, son
humanos. Mira, cuando llegue a casa ya tengo algo en lo que entretenerme: leer
sobre el Big Bang.
Pero
ahora me apetece estar un rato más aquí sentado. Efectivamente, que sea un día
soleado es indispensable. Un banco en el que sentarse - orientado de forma que
se tenga que cerrar los ojos para descansar la vista de tanta luz, a poder ser
- es bastante necesario, también. El sonido ambiental no importa del todo. Con
que no llegue a una intensidad tal que no se pueda oir lo que se piensa o no
sea de una naturaleza realmente desagradable, es algo circunstancial. Quizás
hace que las asociaciones de ideas vayan por un lado o por el otro, pero no es
algo que busque estudiar ni que me interese controlar.
Creo
que no me dejo ningún ingrediente. Y así estoy ahora: en un banco, manteniendo
los ojos cerrados permitiéndome un vistazo al mundo exterior cuando necesito
alguna nueva idea por la que empezar o cuando me atasco, notando cómo me baña
el sol la cara. Lo bueno de hoy es que hay una brisa algo fría que, junto con
el sol, se convierte en una especie de dulzura de seda templada sobre la piel.
Y abatido, también lo estoy. Así que hago la fotosíntesis, o lo intento.
Consiste en observar o escuchar con atención durante un rato hasta que te surja
un pensamiento en la cabeza. No suele costar mucho. Después, cierras los ojos y
vas dejando que los pensamientos vayan de un lado para otro. Aquí es donde
entra en juego el sol: el leve resplandor que ves pese a tener los ojos
cerrados y el calor sobre tu piel te aportan una especie de positivismo que
hace que puedas transformar ese abatimiento (que suele ser emocional o intelectual)
en energías renovadas.
Pero
hoy llevo aquí ya bastante rato y nada. ¿De qué era mi abatimiento? Ah, sí.
Resulta que muchos esperan de mí que tenga facilidad para lo surrealista y, sin
embargo, llevo días pasándome horas y horas intentando escribir algo
surrealista y es que no puedo. No sé de dónde se sacará la gente que tengo que
tener facilidad para ello: si será por mi formación, por mi sentido del humor o
por mi fijación por escoger las acepciones de las palabras que no cuadran con
el contexto dado por mera diversión. Pero la verdad es que claramente se
equivocan. Abro los ojos. Por ejemplo, ahí está ese chaval caminando
tranquilamente. Sería surrealista que de repente empezara a levitar, muy
paulatinamente, como si el suelo se fuera inclinando pero siguiera en el mismo
sitio y lo que estuviera haciendo fuera caminar por el aire. Sí, sería
surrealista. Habría que pensar si esa capacidad es propia del individuo en
cuestión o es algo que podamos aprender todos, que sea potencial en todos, si
es adquirido o innato, si el individuo lo provoca o lo sufre,...
Cabría
considerar la posibilidad de que fuera algo que sólo se da en este instante,
lugar e individuo. Pero eso querría decir que esos valores concretos de los
tres parametros existenciales de los que hablamos son especiales y distintos de
los demás. Y eso nos lleva a que son el principio de algo, el final de algo o
un pliegue o roto en la tela cósmica que se teje infinitamente (o no) de la que
formamos parte. De la que todo forma parte. En este caso, el hecho de que el
chico levitara creo que sería lo que menos nos debería impresionar, pues seguro
que nos esperarían todo tipo de experiencias que contradijeran nuestra lógica
(la lógica de un tramado tejido según unas normas, que desaparece cuando hay
una anomalía en el lienzo). Sería tan inimaginable (si es que existen grados de
inimaginabilidad) lo que se nos estaría viniendo encima que no podría plasmarlo
de forma alguna.
En
cambio, si el levitar fuera algo de lo que todos somos capaces en potencia,
habría que describir (y por tanto encontrar) las aptitudes y actitudes
necesarias. No podría simplemente decir que el chico levita y que es él quien
ha aprendido. Y decir que todos podríamos aprender. Necesitaría quizá aprender
para poder comprenderlo en su totalidad. Esto implicaría parar al chico,
sacarlo de su trance ascendente (¿transcendente?) para hacerle preguntas, cosa
que probablemente haría que no se pudiera repetir. Y entonces, en este caso,
tampoco sería capaz de escribir sobre ello.
¿Qué
me quedaría hacer? Escribir “He abierto los ojos y he visto como un chico
empezaba a levitar. Él los tenía también abiertos, no era algo tan místico como
para que los tuviera cerrados o desprendieran luz, tal y como se suele esperar
de alguien levitando. Sin embargo, había algo en su pestañeo que sugería que el
ritmo al que fluía el tiempo sufría cierta deformación en la curva que la exitencia
actual de aquel chico estaba describiendo. Un leve peso de lentitud en el
juntar y separar otra vez los párpados que hacía que uno repitiera el gesto
para constatar que no era el mismo tempo el que seguía la curva propia.” Y, ¿a
qué me podría llevar esto, más allá de describir el hecho? Con seguridad, a
muchas cosas. Pero mi cerebro estaría preguntándose millones de cosas sobre el
levitar del chico y cualquier cosa que viniera después sería tan después que
quizá ya no tendría sentido escribirla.
Hay
veces, muy pocas, pero las hay, en que pese a que todos los factores necesarios
estén presentes, no soy capaz de hacer la fotosíntesis. En esos momentos, lo
mejor es levantarse e irse. Quizá algún día el mal humor que se acumula en esas
pocas ocasiones me haga levitar. No lo creo. Más bien podría levitar después de
haber hecho la fotosíntesis por unas horas, porque me siento leve (claro, de
ahí la palabra), menos pesado. Pero no es ése el caso de hoy. Así que me
levanto y me voy por donde he venido, mirando atentamente el suelo y dejando
caer en él toda mi frustración, a ver si es suficiente esa fuerza para
contrarrestar la gravedad de la Tierra con la del fruncimiendo de mi entrecejo
y pensamientos.
-
Perdone, ¿me puede dar la hora, por favor?
-
Oh, claro. Pero antes, ¿puede usted masticar un poco de luz y dármela a mí para
que me sea más fácil digerirla? O enseñarme a levitar, eso estaría mejor - el
chico, tras mantener un par de segundos los ojos muy abiertos, se alejó -. Como
si el tiempo fuera algo que se puede dar: "Tome, las cinco y veintisiete
minutos de esta tarde de martes para usted. Oh, no, no, no hay de qué". Y
es de mí de quien se espera que escriba surrealismo. En fin...
No hay comentarios:
Publicar un comentario