A Sophie Hinault le gusta levantarse con tiempo de sobras
por la mañana. No le gusta batallar contra el reloj. A los demás nos parecerá
tremendamente excesivo, pero para ella es necesario. Suena el despertador y se
toma su tiempo en la cama. Primero da alguna que otra vuelta, como revolcándose
en su acurrucado calor y ensoñación. Después se estira – emitiendo algún que
otro sonido, claro – a conciencia según le pida el cuerpo. Teniendo en cuenta
que es una mujer bastante alta, tiene cama suficiente para estirarse de las
formas y en las direcciones que desee. Desde aquel día en que se dio un golpe
en el codo con el filo de la mesita de noche decidió prescindir de ésta, y
también alejó la cama de las paredes, así que goza de libertad total para sus
coreografías matutinas.
Se levanta siempre con el pie izquierdo, en parte porque es
el primer pie que topa con el suelo – según la dinámica con que se sienta en la
cama y la zona en que lo hace – y en parte porque sabe que es capaz de
enderezar sus días y es su forma de desafiar al transcurso de todo. Se enfunda
sus zapatillas con forma de oveja y sonríe. Se las regalaron sus compañeros en
uno de los cumpleaños que pasó en la facultad, era todo un guiño cariñoso por
no haber entendido un chiste sobre ovejas y matemáticas hasta que se lo
desgranaron delante de las narices. Se pone en pie y se dirige al baño sin
encender las luces. Es de suponer que ya tiene los ojos abiertos y se han
acostumbrado a la poca claridad de la casa a esas horas, pero no sé en qué
momento los ha abierto.
Unos minutos después de salir de su habitación está entrando
en la ducha. No debería hablar de minutos, por respeto a la naturaleza de los
hechos. Así que lo mejor es decir que volvemos a encontrarnos con el ritmo de
su ceremonia cuando el pijama está sobre la tapa del váter, las zapatillas
dispuestas de forma que al salir a la alfombrilla y secarse se las vuelva a
poner en un único y sencillo paso hacia delante y ella desnuda, sobre la
alfombrilla, probando el agua con la mano. Cuando la temperatura es idónea, se
asegura de mojar bien todo el plato de ducha: no le gusta entrar y que esté
frío. Entra y se coloca bajo el chorro. La ducha es un lugar para decidir,
organizar, resolver. A veces se sorprende a sí misma no recordando si se ha enjabonado
y enjuagado ya o todavía no lo ha hecho. Nada más notar el agua por su cara,
empieza el baile en su cabeza. Las cosas del trabajo, lo cotidiano, los
proyectos de futuro, la lista de la compra, sueños, relaciones. Todo y nada
puede ser lo que la ocupe dentro de la ducha.
Sale, se seca y da un paso hasta estar en sus cálidas y
suaves zapatillas. Como el agua de la ciudad tiene un sabor que no le acaba de
hacer gracia, siempre se lava los dientes al salir de la ducha. Sobretodo por
las mañanas, que las horas de sueño se le han quedado marcadas en las papilas
gustativas de la misma forma que se marcan las arrugas y dobleces de la sábana
de abajo en la piel.
Moja un poco el cepillo con la pasta de dientes ya servida y
se mira en el espejo. No ve nada más que vaho, por el tiempo que ha estado en
la ducha y la temperatura a la que regula el agua. Pero aún así, mira al
espejo. La rugosidad del vapor condensándose sobre el frío espejo y la
formación y recorrido de las gotas sobre éste siempre la hipnotiza. Entonces su
cerebro se yergue para una de sus partes preferidas del día. Sophie no sabe
mucho sobre física, pero observar el espejo la lleva a pensar en cómo se podría
modelizar todo ese sistema de temperaturas, superficies, vapores, gotas, surcos
y destinos que tienen que ver con lo que tiene ante sí. Al fin y al cabo, todo
acaba siendo matemáticas, pese a que haya propiedades físicas que no conozca y
sean absolutamente necesarias para su propósito. Le gustaría ser capaz de
llegar a las ecuaciones y teoremas que configuren todo lo que la rodea ahora
mismo. Poder programar algún método numérico – no confía en que exista una
forma de encontrar las soluciones analíticas – que, tomando datos de millones
de sensores dispuestos por todo el baño, calculara el lugar en que se va a
formar la primera gota – y las que la seguirían – y el camino y alianzas con
que se precipitará al filo de abajo del espejo. Enumera los factores que pueden
influir en su cabeza. No sigue ningún orden o jerarquía. Va pensando en todo lo
que tendría que tener en cuenta para poder construir su modelo predictivo. ¡Es
tan complejo! Incluso tendría que tener en cuenta cada uno de sus movimientos y
todas las corrientes de aire que pudiera haber (incluyendo su propia
respiración), que obligarían al programa a ir recalculando las predicciones
tras actualizar – segundo a segundo o recepción a recepción, para no romper la
atemporalidad cotidiana de Sophie – todos los datos. Le llevaría muchísimo
tiempo, conocimientos nuevos y pruebas y error de la modelización. Datos
experimentales. Ayuda de otros colegas. Quizá años o incluso algún discípulo en
su vejez para rematarlo todo. Si es que se puede rematar. Y no cree que tuviera
ninguna utilidad. Pero lo desea con todas sus ganas. Escupe, se enjuaga, limpia
el cepillo y lo deja en su sitio.
Sí, es una buena explicación para la placidez de rostro y la
impecable higiene bucal con que ha venido a visitarme.
- Señorita Hinault – digo mientras suelto el instrumental y
aparto la luz –, ya estamos. Unos días de molestias y cambio en la rutina
alimentaria y se podrá usted olvidar por completo de los problemas que le daba
la endemoniada muela del juicio.