Nota: La idea del formato del texto no es original, sino que es tomada del gran Julio Cortázar.
En primer lugar, nunca va mal recordar que se debe
disponer de algún medio externo a uno mediante el cual escucharlo - sea en
directo o una grabación -, siempre y cuando no se sea el mismo Claude Debussy
en persona y se pueda, por tanto, escuchar a su sesera propia de uno mismo en
el proceso creativo. En este último caso, se recomiendo armarse de paciencia e
imaginación, pues pasará un cierto intervalo de tiempo y número de notas
cambiadas hasta poder escuchar la versión definitiva de la obra.
Una vez hecho ese insignificante recordatorio, ya
podemos comenzar realmente a escuchar la música. Conciba un ave. No se la
imagine, concíbala en su cabeza. Si detesta los pájaros, conciba cualquier otro
animal que no deteste y plántele unas alas en concordancia al tamaño y solidez
del animal concebido en su espalda. Hágalo de origami. Ahora sea eso que acaba
de concebir. Revolotee entre ramas y haces de luz, esquive imaginarios
remolinos de espíritus, del blanco invisible al negro invisible, pasando por
toda la escala de grises invisibles. Piule en francés, por más ajeno a su
propio pico que le haga sentirse. Aceche después desde detrás de un nudo en la
madera. Aceche a esos seres tan maravillosos y enigmáticos que son las flores.
Si no ha visto usted antes ningún cuadro de Monet, no lo recuerde, simplemente
intente imaginárselo.
Sobrevuele a vista de pájaro (o del animal que ha
escogido y dotado de alas) un paisaje magnánimo, realice piruetas e intente
perturbar el viento de forma que éste imprima lo que era su rostro sobre la
superficie terciohierbada o arboluda. Obsérvese y sonría al reconocerse impropio.
Súrquese y aproveche la contraimprenta de la flora hacia el espacio del que ha
sido desplazada para elevarse hacia el cielo. Atraviese dicho manto con textura
de golpe de timbal y explosión de platos y con sabor a cambio de tono
(modalmente hablando, nunca olvidemos lo extremadamente educados y
protocolarios que son los franceses). Una vez en la otra parte, descubra que ha
entrado al mar por su fondo mismo. Pero se trata del mar de otro lugar del
universo y por tanto el propio concepto de mar es diferente del que aquí
pensamos que es el único. Puede que sea incluso totalmente opuesto al concepto
que en dicho lugar se tiene de océano. Para entender cuan diferentes son todos
los conceptos en el nuevo mundo, olisquee el recuerdo de flores y note cómo sus
pulmones no se llenan de agua, sino de óleo, y cómo usted, lejos de quedarse
sin posibilidad de respirar, lo hace de una forma más fluida pero viscosa a la
vez.
Observe cómo se contonean los elefantes y las zebras en ese mar conceptualmente
diferente al nuestro – en el caso en que “diferente” no difiriera también de lo
que nosotros entendemos -. Y como elefantes y zebras no serían elefantes y
zebras, sino quizá zebras y elefantes o hebras y celofanes. No serían un par de
cosas o seres concretos, sino que irían modulándose en el tiempo. O quizá en
este lugar lo que avanza es el espacio, mientras que el tiempo es un ente inerte
por el que campamos a nuestras anchas. No podemos saberlo. Debemos esperar a
haber pasado el cielo para saberlo. Ahora debe usted impulsarse hacia la
superficie o volumen o perímetro o interior del mar. Lo que sea que indique
salida o cambio. Y al atravesarlo dispersando todas estas diferencias significativas
dejará de existir por un leve intervalo de tiempo u espacio, para dejar pasar a
otra realidad diferente.
Siga mudándose de lugar, de alas y de
entendimientos hasta que crea que ha tenido suficiente. Entonces, márchese o
pare la música de alguna forma. En el caso de ser el propio Claude Debussy en
persona, me temo que seguirá divagando indefinidamente, así que acostúmbrese y
tómese alguna pastilla para evitar o paliar el mareo. En el resto de casos, vuelva
usted a la realidad, sacúdase las plumas y descubra la naturalidad, solidez,
coherencia y definición del mundo que le rodea. Silbe alguna de las melodías de
elefantes o celofanes para ver cómo todo adquiere una maleabilidad
suficientemente alta como para romper ese equilibrio de rocas, volcanes, placas
tectónicas, evolución y ciclos del agua y sonría al recordar lo mal que ha
imitado el piular de un pájaro en francés, olvidando todo lo anterior.