lunes, 21 de octubre de 2013

La decisión

- He venido a acabar con tus días - digo, sorprendido por la firmeza de mi voz, que parece haber estado concebida especialmente para pronunciar esas palabras.

Le estoy mirando intensamente desde que he entrado. Él me devuelve la mirada con una apertura de párpados y boca atónita. No se lo esperaba. Era yo el que lo esperaba. Con ansias. Aún no me puedo creer que haya podido hacerlo después de tanto tiempo. Años de indecisión, la excusa de encontrar el momento oportuno, el momento perfecto. Hasta que he entendido que ese momento era cualquier momento que escogiera, a poder ser "ya". Sigo mirándolo sin relajar la postura, sin cambiar el tenso suspense de mis brazos, en guardia a ambos lados de mi cuerpo, como tantas veces antes he observado en los valientes en situaciones similares. Escudriño su rostro en busca de algún impulso, queriendo leer cuál será su reacción cuando logre salir de la estupefacción que lo tiene petrificado, casi sin parpadear.

Recuerdo el camino que he hecho hasta llegar aquí. Parto desde mi infancia y recorro cada ápice de mi vida, cada instante - para los que creen que el tiempo es discreto -, a una velocidad de vértigo. Y al volver mi mente al momento actual, habiendo visto mi vida comprimida, revolucionada, tan cerca un acontecimiento del otro, con el espacio justo entre ellos para que aparecieran chispas; ahora es cuando doy a comprender que ha sido consecuencia lógica, de sencilla deducción, que acabe aquí ahora mismo. Algunos llaman a esto destino. No creo en el destino, pero entiendo que crean en algo así ahora que estoy pasando por algo que se desprende por puro y simple razonamiento de todo lo precedente.

Deben haber pasado como máximo un par de segundos desde que he acabado de sentenciarlo. Empiezo a sentir que el resto del universo, fuera de nosotros dos y lo que pasará ahora, existe. Eso me puede alejar de lo que debo hacer, así que actúo con determinación. Empuño la pistola con la mano derecha y, sin apartar mis ojos de él, aprieto el gatillo. "Fdddt". Ya está hecho, ya no hay marcha atrás. Su gesto se tuerce y veo cómo se va empapando su camisa. Parece que quiera decir algo. Vuelvo a apretar el gatillo. "Fddddddddt". Mi trabajo está hecho. Dejo la pistola en su funda y mis brazos caen sobre mis costados con la misma gravedad que cae un cuerpo al despojarlo de la vida que lo mueve. Mis brazos, al igual, han perdido el impulso que los movía y pueden descansar ahora.

Entonces él se levanta y se me lanza encima sin que yo tenga tiempo a reaccionar. Me rodea con sus brazos y noto cómo está empapando mi pecho.

- ¡Tío! ¡Estás como una cabra! ¿¡Cómo se te ocurre venir con esas pintas y las pistolitas?! - me agarra de los hombros y me separa poco a poco para mirarme a la cara. Ha perdido el anonadamiento y sonríe ampliamente. Suelta una de esas estridentes carcajadas mientras me quita la peluca de payaso. - Te echaba de menos. Ya ni recordaba por qué dejamos de hablarnos, pero seguro que era un estupidez. Como esto que acabas de hacer.

- Una estupidez sólo se puede arreglar con otra más gorda, ¿no crees?

Él se gira al camarero y aún riendo.

- Ponnos una ronda al chiflado éste y a mí, Paco. Invito yo, se la ha ganado.